jueves, 21 de octubre de 2010

CARINA RUGGIERO ( Argentina)


(Enviado por María Gabriela Abeal, escritora argentina)


LA LLORONA
(Cuento)

Créanme... Es cierto que algunas personas enloquecen por amor.
Cuando me enteré de la historia que voy a narrarles sencillamente quedé pasmado. Mis manos temblaron y comencé a sudar un sudor inagotable que no cesó durante muchos días. Tampoco pude dormir. Así que durante varias jornadas he andado transpirando y desvelado por la vida.
Hacía quince años me había ido de El dorado (1) confundido y desilusionado, víctima de un desengaño amoroso.
Estaba profundamente enamorado de Clara y ella de mí pero el destino quiso que nos conociéramos tarde. Yo era soltero y aunque Clara era una mujer casada nos enamoramos profunda, salvaje... locamente.
Sólo una alternativa tuvimos entonces para estar juntos: Huir de allí y permitir que nuestro amor floreciera en un lugar donde nadie nos señalase con el dedo juzgando la pasión prohibida que nos unía; y donde estuviésemos a salvo de morir asesinados por el esposo de Clara, cuya mayor habilidad consistía en el excelente manejo del machete, pues trabajaba en el monte.
Pero el día en que debíamos encontrarnos en la Terminal de ómnibus para escapar ella no apareció.
Estuve allí desde la madrugada. Esperé dos, cuatro, veinte horas ¡Hasta dos días sin moverme! Entendí entonces que la ausencia delataba su modo de decirme que no estaba dispuesta a correr riesgos y venir conmigo a Buenos Aires.
Me fui solo. Los tres primeros años estuve verdaderamente triste. Tenía el corazón congelado y un frío punzante me perforaba el alma de dolor. No podía olvidarla, la amaba demasiado como para dejar de pensar en ella. Luego, decidí extirpar definitivamente de mi vida esos recuerdos y todo sentimiento hacia Clara.
Pensé que si no se arriesgó fue porque no me amaba de verdad y ayudado por el resentimiento y el tiempo, su rostro en mis pensamientos se fue disipando.
Sólo algunas noches aparecía en mis sueños y sólo algunas veces, me preguntaba qué extraños motivos la hicieron desistir y faltar a la cita ese cinco de octubre.
La repuesta a mi pregunta fue una incógnita durante quince largos años.
Pero una tarde recibí un llamado de mi esposa en la oficina. Había llegado correspondencia del único pariente con vida que tenía en Misiones.
El tío Walter, hermano de mi padre, pedía que fuese con mi familia a visitarlo argumentando no conocer a mis hijos, que podría morir en cualquier momento y que deseaba verme nuevamente. Debo confesar que a pesar de estar felizmente casado rechazaba la idea de regresar a esa ciudad. No tenía intención de revivir el pasado y con ello el sufrimiento de aquellos tiempos. Además me había jurado no volver jamás. ¿Y si me cruzaba con Clara? No... ¡No podría resistirlo! Pero mis dos hijos insistieron y mi esposa aprovechó la ocasión para recordarme que desde la luna de miel no volvimos a salir de vacaciones.
El siguiente fin de semana viajamos hacia El dorado. Llegamos al amanecer.
Fue emocionante ver nuevamente la tierra colorada, el monte espeso al costado de la ruta… la neblina cubriendo sutilmente el paisaje.
Bajamos en la Terminal y allí estaba el tío Walter, esperándonos.
La vejez invadía su apariencia sin afectar el porte y elegancia que lo caracterizaban. Extendió los brazos y sonrió al reconocerme.
Entre saludos y presentaciones perdí de vista al más pequeño de mis hijos y desesperadamente lo busqué entre los vendedores de chipa (2), remiseros y pasajeros que deambulaban por ahí.
Entonces, frente al mismo banco de madera en el cual permanecí dos días sentado, observé a mi hijo parado ante una linyera.
La mujer emitía un lamento continuo... indescifrable.
Alguien dijo en tono burlón: -¡Ahí está la llorona gritando otra vez! ¡Pobre loca!...
Tenía los pies desnudos y con las manos tironeaba su pelo enmarañado mientras un balanceo rítmico se ajustaba a sus quejidos.
Mi niño estaba inmóvil, impresionado por aquel cuadro horroroso y cuando corrí hacia él tomándolo del brazo recibí una mirada de la linyera.
Sus ojos extraviados se posaron en los míos y me sonrió. Luego emitió un grito impresionante, se tiró al piso y comenzó a revolcarse brutalmente.
Nos alejamos rápidamente, y cuando regresamos al colectivo donde mi esposa seguía descargado equipaje, me topé con el rostro serio del tío Walter.
Esta vez me miró con tristeza.
-Gurisito (3) - Dijo con voz suave y sin anestesia, mientras recibía yo, sus palmadas en la espalda- Esa es la Clara ¿Te acordás? La esposa del gringo Fritz. Parece que el marido la pescó saliendo por la ventana con las valijas listas para irse con otro hombre. Le dio una tremenda paliza, le cortó la lengua con el machete y la echó a la calle. En el pueblo todos le negaron el saludo, nadie volvió a hablarle, ni siquiera sus padres.
Y prosiguió:
- Enloqueció enseguida y desde entonces, viene todas las noches a la Terminal a llorar por su amado. ¡Pobrecita! Se quedó sin marido y sin amante. Es una pena ¡Tan linda mujer! Y véala ahora... revolcándose así por el suelo.
Créanme... Sentí hundirme yo también en la locura... ¡Clara intentó escapar! ¡Clara me había amado! Y yo huí como un cobarde, sin averiguar jamás qué le había ocurrido.
La gente se vuelve loca por amor y mi amada se convirtió en La Llorona de El dorado.
Y yo... en un hombre con las manos temblorosas que no puede dormir, porque se me aparece en sueños, con su mirada extraviada y el rostro tieso... avejentado.
Constantemente la escucho aullar de dolor, arrancándose el cabello.
Esperándome, cada noche en la Terminal, para huir conmigo hacia un sueño que nunca se hizo realidad.

Glosario:(1) El dorado: Ciudad de la Prov. de Misiones a 200 Km. del Norte de Posadas y a 100 Km de Puerto Iguazú. (2) Chipa: Alimento basado en almidón de maíz o mandioca, típico de la zona del Litoral de la República Argentina. (3) Gurisito: Niño, en idioma Guaraní.

miércoles, 23 de mayo de 2007

Cielos Verdes, poema de Marietta Cuesta Rodríguez, Ecuador

CIELOS VERDES

Autora : Marietta Cuesta Rodrìguez
desde CUENCA- ECUADOR

Rosas del prado
enamoradas de los cielos verdes
bebo en la fuente de tus negros -ojos
y me pierdo en mareas consternadas
prendiendo inquietamente entre las olas
un ruiseñor con canto de cigarras,
instalo mis rocíos en el tiempo
y cual sediento girasol-agreste
encarcelo el deseo que sin rumbo
quería revolar a tu morada.

Lo dejé en libertad
y

no estabas...

viernes, 23 de febrero de 2007

¡Cómo avanza la tecnología!, cómo avanza

y nos deja atrás...

Cada día...

Cada día se entiende menos todo.